lunes, 2 de junio de 2014

Un país con demasiados reyes

Título: Un país con demasiados reyes
Autor: Miguel Ángel Mendo
Resumen: En un pequeño país, ocurría una cosa bastante peculiar: todos sus habitantes eran reyes, sus esposas, reinas, y sus hijos e hijas, príncipes y princesas.

Las tiendas de muebles vendían tronos y camas imperiales, todas las personas compraban capas de piel de armiño y, en ves de sombrererías, había coronerías, porque cada uno tenía su propio estilo de corona.

Un raro día apareció por allí un joven caballero que se había perdido por aquellas tierras. Estaba hambriento y, al toparse con los primeros palacios, se encontró a un pequeño príncipe jugando en el suelo.

El joven apenas había articulado palabra cuando el niño le interrumpió, ordenando que le llamara Majestad. Cuando el joven prosiguió con su pregunta, el príncipe se interesó por quién era, interrumpiéndole de nuevo. El caballero explicó su situación y, a mitad  de frase, el niño sacó sus propias conclusiones, diciendo que el recién legado era un súbdito. Más contento que unas pascuas con su nuevo súbdito, el pequeño príncipe exigió al joven que le trajera un chicle de fresa.



Cansado ya de esa absurda conversación, el caballero formuló de nuevo su pregunta, e interrumpiéndolo otra vez, el niño gritaba enfadado porque su "súbdito" no le obedecía.
Alarmados por ese griterío, casi todo el pueblo se reunió allí, curioso.

El caballero se quedó asombrado al ver tal número de reyes, reinas, príncipes, princesas...



Nada más se enteraron de que aquel extranjero no era un rey, comenzaron a bombardearlo con órdenes de todo tipo: que si llévame este paquete, que si péinate con la raya al otro lado, que si no se qué, que si no se cuánto... Un caos total para el pobre caballero.
De pronto, empezaron a discutir de quién era el nuevo súbdito. La cosa empeoró, pues parecía que en cualquier momento el joven se iba a romper de los tirones que le daban. La cosa se puso mucho más negra todavía, y en medio de aquel barullo de puñetazos, patadas e insultos, el caballero a duras penas pudo escapar.

De pronto, una de las cientos reinas lo vio y se aferró a su pierna, suplicando que no se fuera. Cuando éste logró soltarse y montar en su caballo, a velocidad supersónica salió pitando de allí. Cuando miró hacia atrás para comprobar que no había sido una pesadilla, observó que una formidable cantidad de reyes, reinas, príncipes y princesas corrían tras él, suplicando que se quedara.

Pero, ya era un poco tarde, el caballero, atemorizado y atónito a su vez, achuchó a su caballo en señal de que no dejara de galopar hasta perder de vista a esa extraña tierra de reyes y reinas.



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