martes, 13 de enero de 2015

LECTURA: "El Tamborilero Mágico" (Invención del final de este cuento)

Nuestro maestro nos ha mostrado una lectura de Gianni Rodari, y tenemos que hacer una original actividad con este cuento: tenemos que inventarnos un final. He aquí la lectura:

Gianni Rodari

El tamborilero mágico

Érase una vez un tamborilero que volvía de la guerra. Era pobre, sólo tenía el tambor, pero a pesar de ello estaba contento porque volvía a  casa después de tantos años. Se le oía tocar desde lejos: barabán, barabán, barabán…


Andando y andando encontró  a una viejecita.
- Buen soldadito, ¿me das una moneda?
- Abuelita, si tuviese, te daría dos. Incluso una docena. Pero no tengo.
- ¿Estás seguro?
- He rebuscado en los bolsillos durante toda la mañana y no he encontrado nada.
- Mira otra vez, mira bien.
- ¿En los bolsillos? Miraré para darte el gusto. Pero estoy seguro de que… ¡Vaya! ¿Qué es esto?
- Una moneda. ¿Has visto cómo tenías?
- Te juro que no lo sabía. ¡Qué maravilla! Toma, te la doy de buena gana porque debes necesitarla más que yo.
- Gracias, soldadito –dijo la viejecita-, y yo te daré algo a cambio.
- ¿En serio? Pero no quiero nada
- Sí, quiero darte un pequeño encantamiento. Será este: siempre que tu tambor redoble todos tendrán que bailar.
- Gracias, abuelita. Es un encantamiento verdaderamente maravilloso.
- Espera, no he terminado: todos bailarán y no podrán pararse si tú no dejas de tocar.
 
- ¡Magnífico! Aún no sé lo que haré con este encantamiento pero me parece que me será útil.
- Te será utilísimo.
- Adiós, soldadito.
- Adiós, abuelita.
Y el soldadito reemprendió el camino para regresar a casa. Andando y andando… De repente salieron tres bandidos del bosque.


- ¡La bolsa o la vida!
- ¡Por amor de Dios! ¡Adelante! Tomen la bolsa. ¡Pero les advierto que está vacía!
- ¡Manos arriba o eres hombre muerto!
- Obedezco, obedezco, señores bandidos.
- ¿Dónde tienes el dinero?
- Lo que es por mí, lo tendría hasta en el sombrero.
Los bandidos miran en el sombrero: no hay nada.
- Por mí lo tendría hasta en la oreja.
Miran en la oreja, nada de nada.
- Os digo que lo tendría incluso en la punta de la nariz, si tuviera.
Los bandidos miran, buscan, hurgan. Naturalmente no encuentran ni siquiera una moneda.
- Eres un desarrapado –dice el jefe de los bandidos-. Paciencia. Nos llevaremos el tambor para tocar un poco.
- Tomadlo –suspira el soldadito-, siento separarme de él porque me ha hecho compañía durante muchos años. Pero si realmente lo queréis…
- Lo queremos.
- ¿Me dejaréis tocar un poquito antes de llevároslo? Así os enseño cómo se hace ¿eh?
- Pues claro, toca un poco.
- Eso, eso –dijo el tamborilero-, yo toco y vosotros (barabán, barabán, barabán) ¡y vosotros bailáis!
  Y había que verlos bailar a esos tres tipejos. Parecían tres osos de feria.
 Al principio se divertían, reían y bromeaban.
- ¡Animo, tamborilero! ¡Dale al Vals!
- ¡Ahora la polka, tamborilero!
- ¡Adelante con la mazurca!
Al cabo de un rato empiezan a resoplar. Intentan pararse y no lo consiguen. Están cansados, sofocados, les da vueltas la cabeza, pero el encantamiento del tambor les obliga a bailar, bailar, bailar…
- ¡Socorro!
- ¡Bailad!
- ¡Piedad!
- ¡Misericordia!
- ¡Bailad, bailad!
- ¡Basta, basta!

- ¿Puedo quedarme el tambor?
- Quédatelo… No queremos saber nada de brujerías…
- ¿Me dejaréis en paz?
- Todo lo que quieras, basta con que dejes de tocar.
Pero el tamborilero, prudentemente, solo paró cuando los vio derrumbarse en el suelo sin fuerzas y sin aliento.
- ¡Eso es, así no podréis perseguirme!
Y él, a escape. De vez en cuando, por precaución, daba algún golpecillo al tambor. Y enseguida, las ardillas sobre las ramas, las lechuzas en los nidos, obligadas a despertarse en pleno día…
Y siempre adelante, el buen tamborilero caminaba y corría, para llegar a su casa.

PRIMER FINAL

Andando y andando el tamborilero empieza a pensar: «Este hechizo hará mi fortuna. En el fondo he sido estúpido con aquellos bandidos. Podía haber hecho que me entregaran su
dinero. Casi casi, vuelvo a buscarlos...»
Y ya daba la vuelta para volver sobre sus pasos cuando vio aparecer una diligencia al
final del sendero.
—He ahí algo que me viene bien.
Los caballos, al trotar, hacían tintinear los cascabeles. El cochero, en el pescante, silbaba
alegremente una canción. Junto a él iba sentado un policía armado.
—Salud, tamborilero, ¿quieres subir?
—No, estoy bien aquí.
—Entonces apártate del camino porque tenemos que pasar.
—Un momento. Echad primero un bailecito.
Barabán, barabán... El tambor empieza a redoblar. Los caballos se ponen a bailar. El
cochero se tira de un salto y se lanza a menear las piernas. Baila el policía, dejando caer el
fusil. Bailan los pasajeros.
Hay que aclarar que aquella diligencia transportaba el oro de un banco. Tres cajas repletas
de oro. Serían unos trescientos kilos. El tamborilero, mientras seguía tocando el tambor con
una mano, con la otra hace caer las cajas en el sendero y las empuja tras un arbusto con los
pies.
—¡Bailad! ¡Bailad!
—¡Basta ya! ¡No podemos más!
—Entonces marchaos a toda velocidad, y sin mirar hacia atrás...
La diligencia vuelve a ponerse en camino sin su preciosa carga. Y hete aquí al
tamborilero millonario... Ahora puede construirse un chalet, vivir de las rentas, casarse con la
hija de un comendador. Y cuando necesite dinero, no tiene que ir al banco: le basta su tambor.

SEGUNDO FINAL

Andando y andando, el tamborilero ve a un cazador a punto de disparar a un tordo.
Barabán, barabán... el cazador deja caer la carabina y empieza a bailar. El tordo escapa.
—¡Desgraciado! ¡Me las pagarás!
—Mientras tanto, baila. Y si quieres hacerme caso, no vuelvas a disparar a los pajaritos.
Andando y andando, ve a un campesino que golpea a su burro..
—¡Baila!
—¡Socorro!
—¡Baila! Solamente dejaré de tocar si me juras que nunca volverás a pegar a tu burro.
—¡Lo juro!
Andando y andando, el generoso soldadito echa mano de su tambor siempre que se trata
de impedir un acto de prepotencia, una injusticia, un abuso. Y encuentra tantas arbitrariedades
que nunca consigue llegar a casa. Pero de todas formas está contento y piensa: «Mi casa estará donde pueda hacer el bien con mi tambor».

TERCER FINAL


Andando y andando... Mientras anda, el tamborilero 

piensa: extraño encantamiento y

extraño tambor. Me gustaría mucho saber cómo 
funciona el encantamiento.
Mira los palillos, los vuelve por todos lados: parecen dos palitos de madera normales.
—¡A lo mejor el secreto está dentro, bajo la piel del tambor!
El soldadito hace un agujerito en la piel con el cuchillo.
—Echaré un vistazo —dice. Dentro no hay nada de nada.
—Paciencia, me conformaré con el tambor como es. Y reemprende su camino, batiendo alegremente los palillos. Pero ahora ya no bailan al
son del tambor las liebres, las ardillas ni los pájaros en las ramas. Las lechuzas no se
despiertan.
—Barabán, barabán...
El sonido parece el mismo, pero el hechizo ya no funciona.
¿Vais a creerlo? El tamborilero está más contento así. 




INVENCIÓN DEL FINAL:

El Tamborilero, cuando se dirigía su casa, ya feliz, 

porque su 

tambor no era mágico, si no que en el tambor había dentro un olor 

que nadas más olerlo empezaba a bailar pero por que al él no, es 

que solo le funcionaba a los mayores pero, ya se había gastado por 

que de tanto tocar y tocar, se gasto porque al fin todo se gasta el 

niño fue a su casa corriendo, contándole a su madre todo lo que le 

había pasado, los padres se quedaron de piedra, encima el niño 

había cogido mucho dinero para pagar todo lo que debía que pagar, 

cada vez que pasaba por la abuela le daba un poco de dinero, todos 

fueron felices y comieron pedices.


Realizado por: Cristina Ceballos Marin

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